Armie Suresh

Desde que el otro niño había llegado a su casa, todo eran problemas. Su abuelo había sido uno de los primeros embajadores que había tenido Q'har, así que su padre se sintió inmediatamente atraído por la idea de honrar su memoria abriendo las puertas de su hogar a un crío de una raza extranjera. Un crío huérfano que acababa de pasar por un trauma horrible y que indudablemente necesitaba la ayuda de aquella sociedad tan avanzada.

Tal vez en otro momento, Yassir se habría dado cuenta de lo terriblemente mal que estaba todo aquello. Pero por aquel entonces tenía nueve años, y en su mente tan solo estaba la idea de hacerse amigo de su nueva suerte de hermano. Apoyarle y ayudarle como buenamente supiera. Enseñarle todos los entresijos de aquel mundo que para el otro era desconocido pero que para él constituía su más tierno hogar.

— ¡Armie, Armie espera! —. Gritó con su voz infantil, mientras corría tras él a través de los pasillos. Pero hubo un momento en el que lo perdió de vista, así que no le quedó más remedio que apoyar las manos sobre sus propias rodillas para tomar aire y boquear. Sentía que los pulmones le iban a explotar, necesitaba aire. Sin embargo, el otro no parecía dispuesto a otorgárselo. La alarma de incendios comenzó a sonar y él se llevó las manos a los oídos, aturdido.

Su padre salió corriendo tras él y observó el holograma con el mapa de la casa, no había fuego en ningún lugar. Así, suspiró y negó con la cabeza —. Quédate aquí, Yassir —. Le ordenó, con su habitual voz calmada y seria. Pero él lo conocía bien, y había podido distinguir un toque irritado. Toque al que no estaba en absoluto acostumbrado, pero que se había convertido en habitual desde que Armie estaba con ellos.

Yassir asintió y se apartó un poco, pero luego escuchó el sonido de la puerta a la calle y olvidó al instante las palabras de su padre —. ¡Eh! ¡Es tarde! Papá dice que no podemos... —. Intentó explicarle, mientras llegaba corriendo a la entrada para parar a Armie —. ¡Espera!

Yassir salió corriendo de la casa detrás de su padre, aunque sus piernas evidentemente más cortas le obligaron a avanzar mucho más despacio. Estaba genuinamente preocupado por el otro niño. No quería que se perdiera, ni que le pasara nada malo ahí fuera. Su ciudad era perfectamente segura, como el resto del planeta, pero Armie no la conocía de nada y eso podía desembocar en equivocaciones o accidentes. No. Yassir quería recuperar a su hermano. El cual, todo sea dicho, no llegó demasiado lejos.

Vio a su padre acercarse con el otro crío en brazos, y él sonrió aliviado —. Te dije que te quedaras dentro de casa —. Mencionó el padre, aunque no era una riña. Tampoco parecía molesto. Simplemente le recordaba que había desobedecido una orden directa —. Lo siento —. Murmuró, bajando la cabeza y entrando con ellos nuevamente al hogar. Cuando Jael dejó a Armie en el sillón, Yassir se acercó y lo observó con curiosidad.

Le daba pena verlo tan triste, y quería encontrar la manera de animarlo. Así, cuando el adulto abandonó la sala, él se acercó le tomó la mano. Las capacidades telepáticas de los niños eran muy inestables, y por norma general tan solo las podían compartir con sus propios padres. Al menos, hasta que tuvieran la más mínima capacidad de controlarlas para no acabar compartiendo algo que no debían o, peor aún, invadiendo la intimidad de otra persona. Pero Armie era su hermano, ¿no?

Así, cerró los ojos e hizo su mejor esfuerzo por infundirle un poco de ánimo, aunque no supo si llegó a conseguirlo —. ¿Por qué te has enfadado tanto? —. Susurró, esperando que Jael no estuviera escuchando aquella conversación. Seguramente, habría ido a buscar a su madre para que fuera ella quien hablase con el pequeño humano. Por el momento, había tenido más éxito que el cabeza de la familia, aunque tampoco mucho.

— ¿Y por qué no? —. Cuestionó Yassir, evidentemente contrariado. Aquel mundo era el mejor lugar del universo para él. Era bonito, próspero, y estaba lleno de gente maravillosa. ¿Por qué Armie lo odiaba tanto? Su pequeña cabeza no era capaz de procesar la complejidad de toda aquella información, así que simplemente asumió que Armie estaba enfadado y que no decía aquellas cosas de verdad. Porque no podía decirlas de verdad, ¿no? ¿Dónde iría sino?

Sus ojos se escandalizaron ante la visión de aquellas rodillas peladas. Verdaderamente tuvo que doler caer de esa manera, aunque el humano no parecía especialmente compungido por las heridas que acarreaba sobre su propio cuerpo. A lo mejor tenía otras preocupaciones, o a lo mejor su raza procesaba el dolor de una manera diferente. Fuera como fuere, apuntó dentro de su cabeza, tenía que decírselo a su madre para que pusiera una solución a aquello. No quería que esas peladuras se infectasen por mero abandono.

Un suspiro de sorpresa se quedó parado en su garganta cuando dijo aquello. La mera visión de sangre dentro de su cabeza provocó que cerrase los ojos con fuerza en un intento desesperado por olvidarlo. No lo consiguió —. ¡No digas esas cosas! —. Se quejó, pero no le dio tiempo a nada más porque el otro niño huyó de su lado. Quiso volver a perseguirle, como llevaba haciendo toda la tarde, pero su madre lo interceptó por el camino y negó con la cabeza. Tal vez la mujer entendió que Armie necesitaba tiempo solo, o simplemente no quería que siguiera alterando a su hijo de aquella manera.

Yassir bajó la cabeza y siguió a sus padres hacia la sala principal, donde todos se sentaron en silencio durante unos instantes. El niño podía dejar de pensar en su hermano, en qué estaría haciendo. Esperaba que no se hubiera golpeado la cabeza como había amenazado que haría unos minutos antes —. Yassir, tienes que dejarle su espacio —. Habló finalmente la madre, mientras consultaba su tableta con aire distraído —. Armie ha sufrido una experiencia muy traumática y tal vez necesita tiempo en soledad para poder asimilarla.

— Pero... —. Iba a responder, pero una mirada de la mujer le calló al instante. Y así estuvo, pacientemente esperando en la sala hasta que finalmente su padre suspiró ligeramente y le habló —. Ya puedes subir a ver qué tal está —. De un salto que causó la desaprobación de sus padres, se bajó del sofá y subió corriendo a la habitación que ahora era compartida. Se sorprendió al no ver a nadie —. ¿A-armie? —. Preguntó, con un poco de miedo, por si había cumplido su promesa. Pero no, no había sangre en ningún lado. Abrió los armarios, miró por la ventana y, finalmente, su cerebro dio con la respuesta de la cama. Se agachó y lo vio ahí abajo —. ¿Qué haces? —. Cuestionó con curiosidad.

Yassir observó con curiosidad a su hermano durante unos largos minutos. No entendía cómo había podido dormirse en el suelo cuando la cama estaba justo arriba. ¿Una costumbre humana? Lo dudaba considerablemente. A lo mejor Armie solo había querido esconderse de ellos, desaparecer para que volvieran a buscarle por toda la casa o incluso por la calle.

Iba a salir de allí cuando se dio cuenta de que el niño estaba hablando en sueños, y parecía muy compungido por lo que fuera que estuviera viendo. Frunció el ceño un momento y finalmente se deslizó también debajo de la cama, para quedar cara a cara con él. Se mordió el labio inferior y se quedó por un momento pensativo. Si él hubiera perdido a sus padres también estaría muy triste. Echaría constantemente de menos las caricias de su madre, la voz severa pero racional de su padre. Lo echaría todo de menos, absolutamente todo.

Y por primera vez, se preguntó si aquella familia conseguiría llenar el hueco de la que Armie había dejado atrás. Al principio la respuesta le había parecido muy clara: sí. ¿Por qué no? Eran una familia normal, le habían proporcionado a Armie todo lo que necesitaba para vivir. Sin embargo, Yassir se dio cuenta de que a lo mejor había huecos que eran imposibles de llenar. Como, por ejemplo, el que dejaban los padres al marcharse. Aun así, no veía ninguna solución lógica. Los padres de Armie habían fallecido, y ni toda la tecnología del mundo era capaz de volver el tiempo atrás y traer de nuevo a los muertos. ¿Qué otra cosa podía hacer él?

Así, se quedó cara a cara con su hermano, velando su sueño, hasta que finalmente extendió una de sus manos con la intención de limpiarle las lágrimas.

Hacía mucho tiempo que Yassir no entendía nada de lo que hacía su hermano, de modo que tampoco se esmeró demasiado por seguirle el ritmo. Simplemente lo observaba con curiosidad, como si por el mero hecho de mirarle pudiera de una vez por todas descifrar sus pensamientos. Por supuesto, nada de eso sucedió.

Fue apartado de un empujón, violencia física a la que no estaba para nada acostumbrado, y entonces no le quedó más remedio que salir de debajo de la cama —. ¿A quién se lo iba a contar? —. Preguntó, con genuina curiosidad. El niño no llegaba a comprender qué interés podría tener para nadie que Armie estuviera llorando. Tal vez para sus padres que, como era lógico, se preocupaban por su bienestar. Pero poco más.

Con un pequeño suspiro, dejó caer los brazos a ambos lados de su cuerpo y volvió a alzar sus ojos grandes y brillantes hacia él —. Será mejor que no salgas de la habitación —. Le comentó, con su habitual tono inocente y gentil —. Papá y mamá están un poco molestos todavía por lo que ha pasado, tal vez deberías dejarles un tiempo para que se calmen. Podemos quedarnos aquí los dos —. Propuso, con un ligero entusiasmo en la voz.

Armie no lo había tratado en absoluto bien desde que había llegado a su casa, pero Yassir verdaderamente se esmeraba por pensar que todo aquello acabaría, que sus acciones no eran más que la consecuencia lógica del dolor y la pérdida. No era la manera en la que los de su raza gestionaban los sentimientos, pero también era cierto que entendía entre poco y nada de los humanos. Así que, tendría que hacer un esfuerzo, ¿no?

Yassir parecía ser la única persona de aquel planeta capaz de soportar a su hermano. O, al menos, era el único que no le rechazaba de manera tajante y totalmente airada, cerrándole todas las puertas de su existencia como si fuera la peor plaga jamás originada. Armie no había ido a mejor. Jamás había llegado a respetarlo, mucho menos a valorarlo o simplemente quererlo como la familia que era. Sin embargo, Yassir no había cejado en sus intentos de hacer que su relación fuera, como mínimo, soportable.

Alguna que otra vez había conseguido enfadarlo, molestarlo. Pero al final, siempre se decía a sí mismo que Armie era así porque estaba triste, porque se sentía solo, abandonado. Con los años, también había dejado de ser tan inocente. Bueno, realmente seguía siendo más inocente de lo que debería ser sano para cualquier persona adulta, pero al menos sí que había aprendido a darse cuenta de que todo el mundo odiaba al chico. Y eso le apenaba, porque en el fondo él seguía pensando que lo único que Armie necesitaba era algo de comprensión.

Una comprensión que él no parecía dispuesto a aceptar, pero era complicado ver dónde empezaba una cosa y dónde acababa la otra. ¿Qué era antes, el odio de los autóctonos a Armie, o el odio de Armie a los autóctonos? Era una pregunta sin respuesta, al igual que la existencia de aquel odio no era más que un ciclo sin fin, una maquinaria que todos los días se retroalimentaba sin piedad. Y Yassir no podía hacer nada, no podía romper aquella rueda y traspasar sus escudos.

Cuando Armie entró en la habitación, Yassir alzó los ojos del libro que con tanta devoción estaba leyendo y lo observó por unos segundos —. ¿Dónde has estado? —. Cuestionó, aunque no había nada de reproche en su actitud, tan solo curiosidad.

Yassir observó sin mucha emoción cómo Armie se acercaba a él y se subía de un salto a su cama. El libro todavía yacía abierto en sus manos, como una esperanza de que pronto lo dejase en paz para poder seguir leyendo. Aunque, obviamente, sabía que no iba a ser el caso —. Nada que te interese, supongo —. Le respondió, no como un insulto sino como una verdad. Yassir estaba luchando por unirse al Consejo de Ciencia y Tecnología en un futuro, de modo que leía sobre muchas cosas y muy variadas en esa línea.

Su siguiente respuesta le hizo alzar la ceja, sin demasiada emoción por segunda vez consecutiva. Sabía que eso era una potencial mentira, más que nada porque no conocía a ninguna fémina que quisiera acercarse a Armie. Ni tampoco a ningún hombre, dicho sea de paso —. Lo dudo considerablemente —. Respondió sin más —. Pero bueno, ya que estás tan seguro de ello... ¿Vas a decirme quién era esa chica misteriosa, que repentinamente y sin que yo sea capaz de encontrar un motivo sensato, ha decidido corresponder tus atenciones?

Finalmente, Yassir cerró el libro y lo dejó a un lado de la cama. Luego se cruzó de brazos y se quedó mirando a su hermano adoptivo, inquisitivamente, a la espera de respuesta —. No. Y no sé por qué debería. Todavía soy demasiado joven y además tengo otras aspiraciones. Comenzar a forjar ahora mismo una relación a largo plazo no tendría el más mínimo sentido. Puedo esperar, y de hecho debería esperar —. Se encogió de hombros, sin darle ninguna importancia.

En cuestiones románticas o incluso sexuales, su raza era por lo general bastante cauta. Más que nada porque poder acceder a la mente de otra persona a través del mero contacto físico era un hecho que nadie en su sano juicio se tomaría a la ligera. Por supuesto, había maneras de sortear determinados peligros, y tampoco eran seres de piedra. Claro que tenían deseo y necesidades, pero los entendían de una manera radicalmente diferente a la que sospechaba que albergaba Armie.

Aquella conversación no tenía el más mínimo interés para él, pero parecía ser que a Armie le entretenía más de lo que debería. No sabía si estaba intentando reírse de él, pero a aquellas alturas ya le daba igual. Los chascarrillos de su hermano nunca habían tenido el más mínimo impacto en él y no iban a empezar a tenerlo ahora —. Yo creo que ya lo sé —. Respondió finalmente, negando con la cabeza y apoyando la espalda en el cabecero de la cama para observarlo con absoluto desinterés.

— Claro que no voy a tener 18 para siempre, ni yo ni nadie. No sé exactamente qué es lo que quieres decir con eso —. Se mordió el labio inferior y miró por la ventana durante unos instantes. No tenía ni idea de dónde quería llegar Armie con todo aquello, y la verdad, no quería descubrirlo tampoco. Más que nada porque sabía perfectamente que las consecuencias para él no iban a ser satisfactorias —. ¿Por qué crees que no me divierto? Que tu visión de la diversión no sea la misma que la mía no quiere decir que no lo haga.

Un suspiro agotado abandonó sus labios cuando le propuso salir una noche. Ya se lo había propuesto otras veces y la respuesta siempre había sido la misma —. No, gracias. Estoy bien como estoy. Además, si no voy tendrás más tiempo para dedicar a tu chica misteriosa, todos salimos ganando.