Margaret Elektra Hale 4 GEN

¡Era su cumpleaños! Eso era probablemente una de las cosas que tenía el Príncipe en común con la gente normal, y como era arrogante, el suyo tenía que ser más espectacular que el de los demás. Así pues, pidió a su padre, que era muy rico, que su fiesta fuera en un yate. El yate más grande. De esta manera todo sería deliciosamente perfecto.

Todo absolutamente normal, pero no un normal aburrido, sino un normal elegante. Los padres de Eric se pusieron a organizar la fiesta con la intención de que todo fuera una sorpresa, pero la verdad es que al Príncipe le costaba quedarse quieto y no pudo evitar espiar la conversación para asegurarse de que este era el mejor cumpleaños. Pero sus padres ya lo conocían, y decidieron enviar a Eric a dar un paseo en caballo por la playa, con la compañía de su prima Amaya, que se había quedado a pasar el verano con ellos.

A Eric no le gustaba Amaya porque hablaba demasiado y tenía cara de bruja marina.  

Y quizás fue gracias a eso, que no le estaba prestando atención, por lo que vio a la sirena. Una cola cristalina y de un color inusual en el mar, brillando a la luz del sol. No duró más que un segundo, pero logró conquistar el corazón del muchacho.

Pasaron las horas y él no podía hacer más que pensar en esa criatura que habían presenciado sus ojos, y a medida que se acercaba la noche, su fiesta de cumpleaños, Eric se iba poniendo más y más nervioso. A parte de ser bastante engreído, el joven era curioso y soñador. Y ¿si volvía a ver a la Sirena aquella noche?

Pronto llegó la fiesta por fin. Eric Seaver disfrutaba de la atención de sus amigos en el yate, riéndose y bebiendo alguna bebida alcohólica que sólo le permitían en su cumpleaños y en eventos especiales, cuando, de repente, sonó la voz de su padre y Eric abrió los ojos sorprendido, una mueca de horror cruzándole el rostro.

–Como todos sabéis, hoy es el aniversario de mi querido hijo Eric, y en una ocasión tan especial como la de esta noche -no se cumplen veinticuatro años todos los días-, hemos decidido que ya es hora de que se case.

La vista se le nubló… pero no era el alcohol, sino el vuelco al corazón que le causó la noticia. Tenía los ojos de todos en él, y sonrió levemente com pudo…

–Ya han aparecido algunas candidatas, pero si se anima alguna de vosotras… –el Rey guiñó el ojo a un grupo de chicas, que soltaron una risita y cuchichearon, mirando a Eric de reojo, aunque alguna hizo una mueca– no perdemos nada por probar… Lo mejor es que pase cuanto antes, así quizá madurará. –añadió, con una risita.

El Príncipe negó con la miarada, y entonces, antes de poder decir algo para detener su destino, escuchó una voz encantadora que venía del mar…

Eric dirigió una mirada al agua antes de arriesgarlo todo y acercarse a la borda– pero no le hizo falta lanzarse al agua para escaparse.

Estaba cansada de los continuos retos de todos, porque andaba por un lado sola o por el otro poniéndose en peligro. Pero Maggie solo quería conocer que había más allá del inmenso mar. Ella se deslumbró al ver a un humano en la costa y por un momento sus miradas conectaron, un momento fugaz que le hizo saltar desde su roca y sambullirse en el mar, completamente asustaba por esa conexión. Muchos de sus amigos peces le preguntaron que sucedía pero ella no quería saber nada, no quería contarles lo sucedido aún. Sentía algo muy extraño dentro de su pecho y la necesidad de cantar y bailar como cuando era una niña y algo muy deslumbrante le llevaba su padre.

Sería posible que ese muchacho la hubiera descubierto? Esa noche no pudo dormir por lo que dio un par de vueltas y salió para nadar un rato a solas, el ruido en la superficie era suficiente para llamarla a asomarse para ver el inmenso buque, los humanos eran muy ruidosos a su parecer y hasta parecían estar pasándola muy bien. Ella nadó un poco para acercarse siendo cuidadosa de que nadie le viera y se sambullo al instante cuando alguien se asomó por la borda, la curiosidad le gano al temor y ella volvió a asomar su cabeza y su cuerpo hasta los hombros. Era el mismo muchacho que había visto en la orilla con su hermoso caballo. Margaret sonrió leve, levantando su mano izquierda en señal de saludo.

Iba a tener que casarse. Ese era el plan de su padre. ¡La terrible trampa que le había tendido! Pero el matrimonio no era para Eric, Eric quería ser libre, Eric tenía  que serlo.

La verdad era que no se había parado a pensarlo mucho, porque él estaba más pendiente de explorar, de los paseos a caballo y la aventura. Como la de los libros que leía de vez en cuando. Desde luego que no le atraía nada de nada casarse, para ¿qué? ¿Para pasar la vida atado a una mujer que le impidiera hacer lo que quería? Que ¿le prohibieran saltar en la cama porque era de muy muy mala educación? Que ¿no pudiera ir descalzo por ahí? ¿Ni hablar muy alto? Y después ¿qué, un bebé, reinar…? No, no no. Eso hacía temblar a Eric de impotencia y de ansiedad.

Pero de pronto, la vida pareció sonreírle. Y mientras su padre seguía dictando su supuesto destino…

–¡Una sirena! –gritó el chico, su voz joven y suave. Estaba convencido de que era el destino. Esa era su oportunidad.

Max, el perrito del Príncipe, que solía seguirle a todas partes al ser los mejores amigos, también escuchó el chapoteo en el agua y ladró hacia Maggie. Entonces el chico supo que era de verdad.

Su padre estaba llamándole lunático, pero eso no lo escuchó Eric, que estaba embelesado por la belleza de la sirena. La sirena que era real. Y le sonrió levemente, devolviéndole el saludo alzando la mano vagamente, aún sorprendido.

De repente, Max saltó al agua, colándose bajo la barandilla plateada del yate, y el Príncipe gritó aterrado, saltando tras él sin pensárselo…

Los invitados y los Reyes, como es de esperar, estaban aún más espantados, y por un momento pudieron ver a Eric con Max en brazos, pero pronto empezó a hundirse…

Lo último que vio fue a Maggie.

El muchacho le había devuelto el saludo, con su mano haciéndola sonrojar y esconder su rostro entre su cabello. Aquello no podía ser verdad, era un humano tan guapo y.. estaba gritando? Margaret abrió grandes sus ojos celestes, asustada por los ladridos y el ruido que hacían las personas al estar nerviosas y se sambullo en el mar desapareciendo de la vista del príncipe y de cualquiera que pudiera verla. Iban a matarla por ser tan descuidada, estaba tan nerviosa que apenas sintió que algo se hundía cerca suyo y comenzaba bajar hacia las profundidades hasta que vio como el perrito se removía en los brazos del príncipe.

Sin pensarlo ella comenzó a nadar con rapidez hacia ellos, sosteniendo de uno de los brazos al príncipe para poder llevarlo a salvo. - Aguanta un poco más.. - susurró al sacar la cabeza a la superficie y acercándose a la orilla. Ella se acercó y lo dejó tendido sobre la blanca arena al igual que su cachorro que parecía asustado pero bien. Ella rió con voz cantarina al sentirlo sobre ella, lamiendo su rostro y jugando desenfadado.  Margaret apretó con fuerza el esternón del muchacho, empujando alli para que pudiera tomar aire y volver en si, no quería que el muriera. Cuando lo escucho boquear la sirena se hizo hacia atrás para volver al agua asustada. Esperaba que nadie la hubiera seguido o estaría en graves problemas con su padre.

Por un momento pareció olvidarse de la sirena cuando Max brincó al agua. En el palacio no tenía a nadie que le quisiera más que el perrito. Si perdía a Max, todo se hundiría.

Como él.

Pero no le dio tiempo a pensar en cómo reaccionar, ni en que su vida no era como él quería, ni siquiera en su familia, que al fin y al cabo se preocupaban por él. ¿Estaba siendo egoísta al no pensar en los suyos? Tampoco tuvo tiempo de averiguarlo en ese momento. Ni le importaba, porque nunca le había importado. Así era Eric Seaver.

Y ahora se estaba ahogando en el mar. Quizá lo más justo sería que, siendo tan insufriblemente inmaduro, no volviera a abrir los ojos. Pero lo hizo.

Eric intentó salvar al perrito, pero al final, el agua y el propio peso del animal acabaron ganándole a su pálido y delgado cuerpecillo. Pero antes de tocar fondo, notó cómo unos brazos le abrazaban y el agua lo subía a la superficie. Tardó en dejar de estar inconsciente, y no llegó a escuchar la súplica de la sirena. Ni supo que había sido ella la que le había salvado la vida hasta que abrió los ojos débilmente. Se sorprendió, pero sonrió al reconocerla.

–¡Espera! –le gritó, levantándose torpemente– ¡No te vayas! Me has salvado la vida… Y ¡si me dejas aquí, tendré que casarme y no podré ser libre! –sólo estaba intentándolo. Sabía que no volvería. Miró a Max y lo abrazó, sentándose en la arena y volviendo a preocuparse.Estas cosas le pasaban a él, y sólo a él. No había cosas buenas en su vida… porque ella se iría.

Por un momento pareció olvidarse de la sirena cuando Max brincó al agua. En el palacio no tenía a nadie que le quisiera más que el perrito. Si perdía a Max, todo se hundiría.

Como él.

Pero no le dio tiempo a pensar en cómo reaccionar, ni en que su vida no era como él quería, ni siquiera en su familia, que al fin y al cabo se preocupaban por él. ¿Estaba siendo egoísta al no pensar en los suyos? Tampoco tuvo tiempo de averiguarlo en ese momento. Ni le importaba, porque nunca le había importado. Así era Eric Seaver.

Y ahora se estaba ahogando en el mar. Quizá lo más justo sería que, siendo tan insufriblemente inmaduro, no volviera a abrir los ojos. Pero lo hizo.

Eric intentó salvar al perrito, pero al final, el agua y el propio peso del animal acabaron ganándole a su pálido y delgado cuerpecillo. Pero antes de tocar fondo, notó cómo unos brazos le abrazaban y el agua lo subía a la superficie. Tardó en dejar de estar inconsciente, y no llegó a escuchar la súplica de la sirena. Ni supo que había sido ella la que le había salvado la vida hasta que abrió los ojos débilmente. Se sorprendió, pero sonrió al reconocerla.

–¡Espera! –le gritó, levantándose torpemente– ¡No te vayas! Me has salvado la vida… Y ¡si me dejas aquí, tendré que casarme y no podré ser libre! –sólo estaba intentándolo. Sabía que no volvería. Miró a Max y lo abrazó, sentándose en la arena y volviendo a preocuparse.Estas cosas le pasaban a él, y sólo a él. No había cosas buenas en su vida… porque ella se iría.

Había una pena onda en el corazón de Margaret por tener que alejarse y sus ojos celestes lo demostraban, brillaban como si estuviera a punto de llorar aunque ninguna lágrima salia por ellos. Se había asustado de verlo inconsciente, pero también de que pudiera ser descubierta. Otra vez la figura de su padre se le aparecía en la mente, negando y castigandola con tener que salir solo en compañía de su hermano.  

- No les digas nada por favor, ellos no pueden verme.. - le dijo señalando el buque del muchacho, su cola estaba incómoda y la arma raspaba sus escamas haciendo que ella se sintiera adolorida. - Nos volveremos a ver? Mañana al atardecer, toma uno de esos barcos más pequeños y búscame detrás de los acantilados.. - ella le sonrió pero comenzó a alejarse para no lastimar más su cuerpo en la superficie. - Cómo.. como es tu nombre? - le preguntó sintiendo un vuelco en su pecho al escucharlo decir que debía casarse pronto.

Sí, Eric era un egoísta, pero al menos tenía corazón o algo parecido. No solía tener mucha, mucha empatía, a decir verdad. Pero al final no era tan mala persona. Además, quería deshacerse de esa vida. Lo tenía decidido. Necesitaba estar lejos de su casa, porque últimamente se daba cuenta de que estaba irritable y grosero y amargado. Vacío. El cumpleaños lo había disimulado un poco, pero no podía mentirse: aunque tuviera a Max cerca, su casa era un desastre y hacía añicos su alma, muy poco a poco.

Maggie había llegado para salvarle, para sacarle de esa vida, ese infierno. Al menos eso parecía, porque al mirarla a sus ojos, el Príncipe sonrió por un segundo, entristeciéndose después mientras, extrañamente, sentía el corazón en calma. Y estiró la mano hacia ella, dispuesto a acariciarle la mejilla.

—Dime que eres real, que no estoy soñando, que no he muerto. No puedo vivir con ellos, no me entienden… —musitó levemente, pero queriendo que ella, fuera producto de su imaginación o no, lo escuchara.

A Eric le sacó de esa ensoñación lo que le estaba pidiendo la Sirena, y de repente se puso serio, atento a sus palabras, como por arte de magia…

¿De una bruja marina?

—¿Mi padre te ha hecho eso? —preguntó el iluso príncipe danés, frunciendo el ceño después mientras se armaba de una rabia que no lo había llenado nunca. Luego suspiró, acercándose a la orilla en la arena. Max siguió a Eric con la lengua afuera—. No te preocupes, no se lo diré a nadie. No me… caen muy bien últimamente. –se llevó la mano al corazón.

A Eric se le iluminó el pálido rostro cuando dijo que habría una posibilidad de verse otra vez. Asintió sin pensárselo, tan inocente y sensible que era en el fondo. Aún no se había percatado de que Maggie estaba volviéndole alguien más amable y positivo. Y acababa de conocerla.

Por eso no podía dejarla escapar.

—Así lo haré… –prometió Eric, retirándose el pelo empapado de la faz.

Parpadeó sorprendido. ¡Claro! Con todo ese rollo de estar al borde de ahogarse, no había habido tiempo para presentarse.

—Soy el Príncipe Eric. Seaver. Pero puedes llamarme Eric –no podía dejar de sonreír— ¿Cómo te llamas tú…?

Le daba miedo que todo esto no fuera de verdad, porque casarse le parecía una pesadilla.

El muchacho parecía no querer que se marchara, parecía no estar cómodo con su vida allí en la tierra cuando ella estaría dispuesta a darlo todo por poder correr y bailar allí mismo. Maggie sonrió de lado al sentir la tibia mano del chico sobre su mejilla, aquel mínimo roce la hacia sentir pequeñas mariposas en el vientre y la piel se le erizaba. Solo tenían que esperar hasta la tarde siguiente en los acantilados, era de noche y apenas podía ver su rostro.

Y si ya estaban buscándola? Maggie se alejó un poco más de él,  no le quedaba mucho tiempo y el le preguntaba si era real. - Tan real como tú y ese.. perrito? - poco sabía de los animales de la tierra, allí podía ver casi siempre caballos en la orilla y pocos animales domésticos, ella también tenis su propia mascota que seguro se la presentaría en alguna oportunidad.

- Tengo que marcharme.. Eric, recuérdalo, mañana nos veremos.. mi nombre es Mar.. - ella estaba a punto de decirle su nombre completo, se estaba por presentar con el cuando unas manos la tomaron de la cola tirándola hacia el fondo del mar. Al principio se asustó, pero luego descubrió para su desgracia que no era más que su hermano mayor muy enojado porque había salido tan tarde y que la llevaba hacia el arrecife.

- Dawson por favor no le digas a papá.. - le pidió a su hermano que la miraba con el ceño fruncido y el rostro enojado. Sabía que era bueno, que jamás haría algo para hacerle algún daño pero también era protector y celoso de su hermana más pequeña. Ella le sonrió, pidiéndole por favor que mantuviera su secreto.

Que la Sirena supiera lo que es un perro era extraño, porque ella venía del mar, pero también lo era estar hablando con una Sirena. Entonces, o Eric estaba loco, o lo estaban ambos. Pero, ¿por qué tenía que irse? No quería. ¡Se le notaba en la cara, en sus ojos!

–Sí… ¿cómo lo sabes? —quiso saber el chico, sonriendo y acariciando a Max–, se llama Max y es mi mejor amigo. El único que me entiende y me cae bien de los que están allí en el yate… —y Eric señaló al barco, frunciendo los labios antes de suspirar, harto. Dramáticamente.

Nunca se había sentido tan decepcionado como en aquel momento. Pensó que, auqnue todo fuera un sueño, o aunque la Sirena lo hubiera hechizado con sus encantos —o con magia–, no querría deshacerlo nunca. Era injusto, para el inmaduro chaval, que la Sirena se fuera así. No quería esperar a mañana, quería que se quedara ahora. Porque eso querría decir que tenía que irse a casa y poner una excuse otra vez. Como si no estuviera acostumbrado a ello ya.

—¿Por qué tienes que irte ahora? Acabamos de conocernos. Venga, por favor… –. Parecía un niño pequeño pidiéndole un juguete a su madre.

Una mueca le cruzó el rostro, alarmándolo y haciendo que se le acelerara la respiración. Se levantó de repente, como un acto reflejo, cuando Mar desapareció de repente hacia el fondo.

—¡Mar…! –gritó, confundido y preocupado a la vez. No escuchaba nada. ¿Le había pasado algo o era él el que se la había imaginado? Fuera como fuera, las dos cosas resultaban espantosas, y el joven danés volvió a llamarla:—¿Mar? ¿Estás… estás bien?

Tendría que estar loco, claro. No había otra. Vio las burbujas subir a la superficie, pero no entendio nada de lo que decía la Sirena, por lo que el humano acabó huyendo hacia el castillo de nuevo, dudando si hacerle caso a la Sirena.

Era verdad que la aventura siempre ganaba al miedo y al aburrimiento. Y esta vez no fue una excepción, pues el Príncipe sentía que en Casa no le querían. Era un hombre ya. Aunque quisiera negarlo, Eric lo era cuando le convenía. Para las fiestas y la diversión era un adulto, pero para los deberes aún era demasiado joven como para atenderlos.

Así que, tras la discusión de bienvenida de vuelta a Casa, que fue antes de preguntarle si estaba bien, Eric Seaver se escapó de nuevo, al atardecer.

Y cuando quiso darse cuenta, estaba en un bote tras los acantilados en busca de la Sirena. Pero aún no sabía ella que no tenía el corazón de Eric todavía, que él sólo sentía que era su escape a una vida mejor, pero que su corazón era frío y egoísta de vez en cuando. No muy de vez en cuando, me temo.

Pero dejemos que la sirenita lo vea por sí misma.

La noche se le pasó hablando con su querido hermano acerca de su futuro y el de él. Dawson, como futuro rey del mar tenía muchas responsabilidades y era muy recto con todas ellas, pero tenía un corazón bondadoso que hacía que todos allí lo quisieran y respetaran de igual manera, era la clase de hombre que daría todo por una mujer y quien fuera su prometida sabía que tendría todo lo que pudiera imaginar. La pequeña sirena esa noche se durmió escuchando sus consejos y su arrullo como cuando eran unos niños, ambos siempre juntos. Sabía que si el estaba cerca nada podría lastimarla.

Y luego estaba Eric, ese muchacho que le había dejado encantada con su personalidad y sus ojos claros. Quería volverlo a ver aunque tenía tantas dudas por lo que le había dicho.. ¿Qué podría hacer una sirena de mar para ayudar a un príncipe que quería huir del matrimonio y la corona? Podía hacer algo confinada dentro de su pecera infinita? Las dudas y los temores la habían asaltado en sus sueños y al día siguiente se había planteado no asistir a la cita que ella misma hacia concertado. Margaret había hecho sus mandado y le había dado de comer a Wonk, su precioso caballito de mar antes del atardecer para poder acudir, aunque con las mismas dudas, al encuentro con Eric.

La preciosa sirenita se había hecho una trenza en su largo cabello castaño y se había quedado sobre una roca esperando por el bote de su recién conocido príncipe, riendo al ver a Wonk aparecer de vez en cuando en el agua, soltando algunas burbujas para alegrar su rostro. Maggie rio y su risa cantarina se cortó al verlo al fin, allí estaba él nuevamente, con su cabello largo y ese porte que, aunque renegara de ello le daban esa distinción aristocrática de su sola presencia. - Buenas tardes, príncipe Eric.. - lo saludó con una blanca sonrisa y sus mejillas ligeramente sonrojadas.

El Príncipe Eric aún no sabía lo que sentía por ella, pero sí que había algo. Algo que le hacía ansiar volver a verla. ¿Curiosidad o amor? Eric no creía en el amor a primera vista, pero quizá era porque le había salvado la vida. Y quería recompensárselo de algún modo a ella.

Pero no, aunque se le pasara por la cabeza, Eric no estaba coladito por Mar. Sólo era un simple humano, ingenuo e inocente, fácilmente cegado por la belleza y tan sensible que podría llegar a confundir eso con amor de verdad. Porque había oído que cuando uno se enamoraba no veía más que a la persona deseada… y él estaba seguro de que eso era lo que estaba pasándole a él con la sirena.

Estaba hecho un lío, pero al final fue a la cita con Mar para despejarse y tener las cosas claras. Eso lo tenía ocupado mientras esperaba a la sirena, y cuando al fin apareció, tuvo que sonreír. Pero no sintió mariposas ni ganas de tenerla siempre cerca.

Porque de lo que estaba enamorado en ese momento era de la aventura y de la libertad.

Mar sólo era un símbolo de ello para Eric. La llave. Pero igualmente habló, intentando disimular todo lo que estaba dando vueltas por su mente y su corazón.

—Eh, hola —empezó, con su suave voz, mirando a Mar a los ojos. Se había asustado un momento, pero no demasiado. Es que no se ve una sirena todos los días— por un momento pensé que no vendrías… No sé, eres rara– quiero decir… —se le escapó una risita nerviosa— nunca he visto a una sirena. ¿Tú has visto a un humano alguna vez? —le preguntó Eric, convencido por un segundo de que no iba a contestarle, de que ella era tan sólo su reflejo en el agua.

Pero Eric necesitaba que Mar fuera real. Porque así sería libre y su vida tendría más emoción que el dichoso matrimonio.

El Príncipe Eric aún no sabía lo que sentía por ella, pero sí que había algo. Algo que le hacía ansiar volver a verla. ¿Curiosidad o amor? Eric no creía en el amor a primera vista, pero quizá era porque le había salvado la vida. Y quería recompensárselo de algún modo a ella.

Pero no, aunque se le pasara por la cabeza, Eric no estaba coladito por Mar. Sólo era un simple humano, ingenuo e inocente, fácilmente cegado por la belleza y tan sensible que podría llegar a confundir eso con amor de verdad. Porque había oído que cuando uno se enamoraba no veía más que a la persona deseada… y él estaba seguro de que eso era lo que estaba pasándole a él con la sirena.

Estaba hecho un lío, pero al final fue a la cita con Mar para despejarse y tener las cosas claras. Eso lo tenía ocupado mientras esperaba a la sirena, y cuando al fin apareció, tuvo que sonreír. Pero no sintió mariposas ni ganas de tenerla siempre cerca.

Porque de lo que estaba enamorado en ese momento era de la aventura y de la libertad.

Mar sólo era un símbolo de ello para Eric. La llave. Pero igualmente habló, intentando disimular todo lo que estaba dando vueltas por su mente y su corazón.

—Eh, hola —empezó, con su suave voz, mirando a Mar a los ojos. Se había asustado un momento, pero no demasiado. Es que no se ve una sirena todos los días— por un momento pensé que no vendrías… No sé, eres rara– quiero decir… —se le escapó una risita nerviosa— nunca he visto a una sirena. ¿Tú has visto a un humano alguna vez? —le preguntó Eric, convencido por un segundo de que no iba a contestarle, de que ella era tan sólo su reflejo en el agua.

Pero Eric necesitaba que Mar fuera real. Porque así sería libre y su vida tendría más emoción que el dichoso matrimonio.

El principe parecía diferente esa vez y la sirena se preguntó si había pasado algo en el Castillo donde él vivía, quizás lo habían regañado por escaparse del festejo en el buque o algo por el estilo. Solo sonrió un poco y se movió para escucharlo desde su roca.

- Todo está bien? Quiero decir.. no importa.. - ella no debía ser tan entrometida con los asuntos de ese muchacho, a fin y al cabo solo lo estaba conociendo y.. aunque le pesara, no era de su especie para mantener el contacto demasiado tiempo sin acabar dañada. Su hermano la había persuadido de que lo suyo sería conocer a algún sireno que la desposara para poder vivir en el reino de los suyos, para siempre, aunque el deseo de Maggie fuera otro.

- Oh claro que si, los he visto bañarse en el mar, y caminar en la orilla con las pi.. como las llaman? - preguntó sin salirle aquella palabra que tanta curiosidad le daba a la jóven. - Piernas! - lo recordó con una sonrisa - Sería increíble un par de ellas, podría recorrer su mundo.. - ella deseaba aquello más que nada en el mundo, una vida llena de aventuras aunque no estuviera destinada a aquello.